sábado, 21 de noviembre de 2009

jueves, 19 de noviembre de 2009

La noticia de Rubén

Es una voz de chico. Siento que tocan mi hombro. "¿Cómo estás?" -me dice casi susurrando- Reconozco su voz. Es él. Es Rubén. Su aspecto ha cambiado mucho. Viste muy bien, sonríe. No puedo evitar sufrir un escalofrío por mi cuerpo que intento disimular. Sus ojos están más vivos que nunca. "Me he enterado de que has vuelto"-comenta Rubén intentando interrumpir uno de esos silencios incómodos-. Yo sonrío a la vez que bajo mi cabeza esperando a que me pida un abrazo después de tanto tiempo. "Sí, ya era hora de volver a mi vida de siempre"-dije sin mirar su cara-. Rubén se acerca un poco más. Es increíble su seguridad, su saber estar, su elegancia, su eduación. En ese momento me siento pequeño ante él. Comienza a contar su vida en los últimos seis meses. Parece que todo le ha ido bien. Ha conseguido que los demás, y sobre todo él, aprendan a convivir con el VIH, implicándose en la concienciación de las personas a través de distintas asociaciones para que siempre tomen medidas para evitar el contagio. "Y la vida me ha cruzado con el chico más maravilloso que puede existir, es Daniel, mi pareja"-dijo Rubén- Me sentí muy mal porque a pesar de haber pasado seis meses yo seguía pensando en él. Aún así no podía mostrarme dolido ni decepcionado porque había sido yo quien un día decidió desaparecer durante un tiempo sin querer saber nada de nadie. Vuelvo a mirar la luna. Otra vez observo sus ojos tristes, su nariz achatada, su boca apagada y su mirada perdida como antes. Sigue decepcionada. Siento que las estrellas son un ejército inmenso de furiosos soldados que bajarán a por mí para intentar cazarme y entregarme a ella. Cada vez estoy más agobiado. Rubén sigue comentando que ahora es feliz. Yo intento ser lo más amable posible y termino la conversación pronto. Entro a casa. Rubén se aleja mientras yo le observo desde la ventana. Esa noche la paso pensando en que quizás debía haber apostado por él antes y que me arrepentiría de no haberlo hecho durante toda mi vida. Podría ser que nunca más volviera a aparecer un tren como el que acababa de perder. Busco un libro. Ya estoy en la cama. Lo abro. Lo encontré. Leo este poema de Francisco de Quevedo:

Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.

Es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.

Es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero paroxismo;
enfermedad que crece si es curada.

Éste es el niño Amor, éste es su abismo.
¡Mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo!

Me pregunto por qué no habré sido valiente por no haber dado el paso de luchar por Rubén, y durante una hora sigo leyendo poemas de amor mientras suelto algunas lágrimas. Decido llamar a mi amigo Pablo. Es muy tarde ya. Son las 4 de la mañana. La fiesta acaba de terminar, así que Pablo se acerca a casa. Allí empezamos a beber. Ya está amaneciendo y nosotros seguimos con nuestros lamentos, nuestros llantos, nuestras risas...
Tres de la tarde del día siguiente. Me despierto. Pablo ya se ha ido. Me duele mucho la cabeza, bebí demasiado. La noticia de Rubén fue dura para mí. Aún así lo único que deseo es que él sea feliz.
El tiempo siguió pasando, y yo aprendí a no tener tan presente a Rubén. Poco a poco se fue normalizando mi situación e incluso mis amigos de siempre, aquellos que habían vivido cómo de pronto un día me volví loco por un tío y rompía con mi novia, empezaron a conocer a chicos con los que salía. Ellos veían que así yo era feliz.
Hasta el momento mis ligues los había conseguido a través de una página de perfiles. Un día decidí entrar a un chat para ver qué me encontraba. Lo cierto es que las conversaciones apenas tenían contenido. Pero me crucé con alguien que llamó mi atención. Tenía 35 años. Se llamaba Nacho. Decía que el amor no existía, que era un invento, un pretexto para intentar dar a la vida un sentido, pero que en realidad todo aquel que vivía creyendo estar enamorado era un ignorante. Se mostraba huraño y reacio a la posibilidad de algún día enamorarse. Charlamos durante varias semanas hasta que le propuse quedar. Él se opuso al principio. Yo le dije que lo peor que podía suceder era que después de quedar tuviera la sensación de haber perdido una hora en su vida, pero que nadie sabía si de ese encuentro saldría al menos una amistad. Nunca había visto su rostro ni él el mío. En realidad me daba igual. Me gustaba charlar con él, y qué más daba si en ese encuentro él se mostraba frío y distante, yo sabía realmente que el verdadero Nacho era el que me hablaba a través de su teclado, qué más daba que fuera más o menos espontáneo conmigo, era algo secundario ya que eso se adquiere con el tiempo. Yo no buscaba pareja ni pretendía que al verle me gustara físicamente o yo le gustara.
16:59 h-- Falta un minuto para las 17:00 horas. Estoy puntual. Nacho vendrá y llevará una camiseta color marrón oscuro. Un chico con camiseta de ese color viene hacia mí. Pasa de largo. No es él. Estoy nervioso. Nunca he quedado con nadie a través de Internet. Pasan ya tres minutos de las cinco. Otro chico viene hacia mí. Debe ser él. LLeva camiseta marrón. Se acerca. Lleva su teléfono móvil en la mano. Mira justo hacia la cafetería de enfrente como buscando a alguien. Suena mi teléfono. Es él. Voy hacía donde está. Estoy nervioso como si en esa cita estuviera en juego mi vida. Quizás era el miedo a verle y perder esa idealización que con las conversaciones había creado en mi mente. Llego adonde está, y le saludo. Se quita sus gafas de sol y sonríe. En ese momento tengo la sensación de que irá bien el encuentro. Es cierto que se nota que es 12 años mayor que yo. Aún así llama mi atención mucho. Pasan tres horas. De pronto, suena mi teléfono... CONTINUARÁ

miércoles, 18 de noviembre de 2009

The show, de Lenka

Veréis qué buen rollo transmite esta canción...

domingo, 15 de noviembre de 2009

Seis meses después

Iba caminando cuando de pronto siento que alguien me sigue. En ese momento no le doy mucha importancia porque lo único que deseo es llegar a casa. Veintiocho de noviembre. Una noche muy fría. La calle está desierta. Observo cómo un niño está sentado en un banco. Es extraño. Me detengo. Le pregunto que por qué está ahí solo. Dice que espera a que su padre salga del edificio que hay frente a nosotros. Le aconsejo que al menos se ponga debajo del portal. Comenta que no, que su padre le ha dicho que no se mueva de ahí. Cinco minutos después el niño continúa allí. Pienso en llamar a la policía pero en ese instante aparece un señor con cuarenta kilos de peso sobrante, calvo y que huele igual que el agua estancada durante semanas. Con un tono de voz alto le dice al niño que se vaya con él. Me quedo preocupado. Aún así poco puedo hacer. Continúo mi camino. Otra vez noto que alguien me sigue. Ya solo quedan dos calles para llegar a casa. Observo la luna. Puedo ver sus ojos tristes, su nariz achatada, su boca apagada y su mirada perdida. Parece decepcionada. Yo, sin embargo, esa noche estoy feliz. Regreso de la fiesta que mi amigo Pablo ha dado en su casa. Es la primera salida que hago en mucho tiempo junto con la que hasta no hace tanto había sido mi gente. Durante los seis meses anteriores decidí cambiar de aires. Otra ciudad, otra gente, otras ilusiones, otra vida… Han pasado unos ciento ochenta días desde la visita de Rubén a casa. Atrás queda un verano diferente, y un otoño que da sus últimas caídas de hojas. Hace apenas tres días que he recibido unos nuevos análisis que confirman lo que Rubén tanto insistió. No tengo VIH. Aún así, la visita al médico echa seis meses atrás me tranquilizó mucho. El verano ha transcurrido en Ibiza. Aproveché para buscar trabajo en una discoteca de allí. Llegué con ilusión porque todo era nuevo, la gente, el lugar... En esos casi tres meses conocí a buena gente, y poco a poco fui aceptando y siendo consciente de que Rubén no fue una casualidad, que simplemente durante años había vivido engañándome a mi mismo y que no había sido consciente antes de ello simplemente porque eran las apariencias lo que más me importaba. A pesar de estar con otros chicos, Rubén siempre siguió presente en mi mente. Cada noche, antes de dormir, observaba la luna, cerraba los ojos y durante unos minutos recordaba el rostro de Rubén. De esa forma nunca se me olvidaría y podría llevarlo siempre conmigo. Cuando el verano acabó me ofrecieron seguir unos dos meses más. Pasa ese tiempo y vuelvo a mi ciudad. Durante la temporada en Ibiza decidí olvidarme de casi todos. Mi único contacto fue con mis padres, y con amigos de verdad como Pablo. Por eso cuando llegué de vuelta y Pablo me invitó a la fiesta que organizaba sentía la obligación moral de ir ya que él había estado ahí en mis peores momentos. Ya solo queda atravesar la calle y estaré frente a mi casa. Saco las llaves. Hace tanto frío que me cuesta introducir la llave. Oigo unos pasos pero estoy tan concentrado en meter la llave que no le presto atención. ¿Necesitas que te ayude? -oigo que me dicen- CONTINUARÁ

Yo quería recorrer

viernes, 13 de noviembre de 2009

El secreto de Rubén

Rubén parece preocupado, inquieto, nervioso. Lleva barba de una semana. Su rostro está cansado, como si hubieran pasado tres años en vez de poco más veinte días. Aún así conserva la mirada de aquella noche. Tengo ganas de abrazarle, pero consigo mantenerme frío y distante. Es él quien se acerca a mí. “Hay algo que no sabes. Desde que estuvimos juntos no he podido de dejar de pensar en un tema que me preocupa y mucho. Te dije que estaba pasando por uno de los peores momentos de mi vida. Hace tres meses me diagnosticaron de VIH. En ese instante el mundo se vino abajo. He tenido que ver cómo parte de mi familia y a algunos que consideraba amigos me han dado la espalda. Mi vida ya no es la misma y yo he cambiado mucho. Durante estos días he pensado mucho en ti, y en lo especial que me pareciste, pero temo que no sepas aceptar mi situación”.
En ese instante reaccioné agresivamente. Lo primero que pensé es que me había engañado y que, seguramente me habría contagiado a mí también. Eso era lo que más me preocupaba. Él me dijo que entre nosotros no había habido sexo de riesgo y que el VIH a través de besos no se contagiaba siempre y cuando no existiera contacto de sangre de nuestras bocas por heridas o encías sangrantes. Yo apenas escuchaba lo que él me decía. Quizás fui muy duro con él. Le grité que “me había arruinado la vida en muchos sentidos, que no volviera a aparecer en su puta vida”. Él intentó hacerme entender que era casi imposible que yo hubiera sido contagiado. En la discusión me vine abajo. Comencé a llorar como un niño pequeño al que le quitan su juguete preferido. Era tanta la rabia y la impotencia que sentía por la velocidad de los acontecimientos que no sabía qué sería lo siguiente que me sucedería. Rubén me intentó consolar y yo apenas tenía fuerzas para seguir peleando, así que le abracé. A pesar de lo mal que me sentía y de que creer que Rubén me la había jugado, junto a él el mundo se paraba. Su olor corporal, a pesar de su aspecto desmejorado, era agradable e intenso, tanto que notaba cómo si penetrara por mi piel y nos uniera de tal forma que ni el mayor de los terremotos pudiera separarnos.
Le dije que necesitaba un tiempo para estructurar mi vida, para aclarar mis ideas, para saber si tenía el VIH o no, en fin, para acostumbrarme a la nueva vida que sin quererlo estaba comenzando a vivir.
Pasaron seis meses. Iba caminado cuando… CONTINUARÁ

lunes, 9 de noviembre de 2009

Las cosas cambiaron

Mientras, mi chica ignoraba todo lo que me estaba sucediendo...
Aún sigo en la habitación con él. Comienza a moverse. Parece que está despertándose. Abre tímidamente los ojos. Se despierta. No dice nada. Simplemente esboza una ligera sonrisa. Siento una culpabilidad enorme, y gritando le ordeno que se vaya de casa. Él no dice nada. Se viste, y con su inmóvil elegancia sale por la puerta. Yo ando desconcertado, perdido, sin saber bien qué hacer ni adónde ir... Suena el teléfono. Es Marta, mi chica. Ya van ocho tonos. Se corta. Vuelve a insistir. "Cariño, ¿estás bien?"-me pregunta- No sé bien qué decirle. Estoy como en una nube, como si llevara dos días drogado. Era sábado, y ahí empezaba nuestro fin de semana que habíamos preparado días atrás...
Ya es lunes. El fin de semana ha pasado. "Te noto ausente"-repitió Marta durante todo el viaje- ¿Sabes? Siempre tuve a Marta por una chica maravillosa, dulce, cariñosa, guapa, comprensiva... Simplemente la quería mucho... Pero ahora mis sentimientos eran otros. Era tanta la rabia que sentía conmigo mismo que mis miedos los pagaba con ella. Poco a poco sentí un gran rechazo hacia todo lo que hacía Marta, a lo que decía, a lo que proponía... Todo me parecía mal. Incluso su tono de voz me parecía insoportable. El sexo entre los dos comenzó a ser un desastre, tanto que terminó dejándome. Todo fue tan rápido que en tres semanas había pasado de estar con la mejor chica que podía existir a estar solo... Me encerré en mi mismo. Me alejé de mis amigos, de mi familia y solo salía de casa para trabajar. No volví en ese tiempo al gimnasio para evitar cruzarme con Rubén, el chico que había cambiado muchas cosas de mí en solo una noche. En estas tres semanas pensé en él día y noche. Deseaba verle, acariciarle, besarle y sobre todo hacerle entender mi situación en ese momento... Pero sentía tanto miedo de que para él simplemente fuera un polvo más en su vida... Además, no sabía mucho de él... Simplemente la noche que nos vimos, entre copas, me comentó que en los últimos tiempos se había dado cuenta de quiénes eran realmente sus amigos, que estaba pasando quizás por el peor momento que una persona alguna vez podría pasar, pero que él era fuerte y estaba afrontando la vida con optimismo. Yo intenté saber qué le sucedía, pero respeté su decisión de no comentar más...
Llaman a la puerta. Es Rubén. Abro la puerta. Está mirando al suelo. "Tengo que hablar contigo, es muy importante"-dijo Rubén- CONTINUARÁ